21 abril 2014

HISTORIA DE LA FILOSOFIA 2º BACH, ORTEGA

Comentario de "La doctrina del punto de vista":

Ortega empieza dejando claro en el texto ("La doctrina del punto de vista", capítulo  X de su libro El tema de nuestro tiempo) que no hay que dejarlo todo a la vida ni todo a la cultura (o sea, que ni somos exclusivamente biología ni somos exclusivamente sociedad e historia; Ortega niega estos extremismos). Que se debe efectuar una integración de ambas, huyendo de los extremos. Cada una tienes sus derechos, la cultura y la vida. Con la primera nos referimos a aquellos valores que deben servir objetivamente (las ideas de la ciencia, las leyes o normas que han de regir a los seres humanos, etc.; debemos recordar las Ideas platónicas para tener una imagen de lo que significa objetividad en este ámbito); mientras que con el término vida queremos señalar que no puede haber nada que valga, ninguna idea, creencia, moral, etc. que no tengan su base última en la vida de alguien, una persona particular o un pueblo.

Debemos tener en cuenta, con respecto a lo último que se acaba de decir en el párrafo anterior, que cuando Ortega escribe la palabra “vida” no se está refiriendo a la vida meramente biológica, orgánica, que también se refiere a ella, sino básica y radicalmente al cúmulo de circunstancias que envuelven o ambientan la historia de los pueblos y las biografías de los individuos; y a lo que estos mismos individuos, pueblos, épocas, etc. proyectan libremente. Recordemos: Ortega sostiene que “yo soy yo y mi circunstancia”. La vida  significa aventura, libertad, riesgo, proyectos, etc. Hacerse cargo de las situaciones y las circunstancias, porque no queda más remedio. O sea, que somos libres porque nos vemos obligados a serlo: no hay ningún método, cartesiano o platónico, que nos dé seguridad y nos evite a nosotros el trabajo de ponernos en marcha. La vida humana, la de los individuos y la de los pueblos, consiste en un "quehacer", en una tarea ineludible.

Volvamos a los términos principales, la "cultura" y la "vida":

Con el término “cultura” podemos pensar, ya lo hemos apuntado más arriba, en las ciencias, en las artes, en la moral, etc. Pero si hubiera un ámbito fundamental, un sitio o escenario figurado donde explicar lo que significa la palabra “cultura” ( y recordemos que cultura significa originalmente cultivo; y por extensión formación de los individuos humanos; un terreno es inculto si no se cultiva, una mente también), ese sitio está en el problema del conocimiento. El problema del conocimiento filosófico, científico. Esto es: en el ámbito de los productos de nuestro uso de la mente, la inteligencia, la razón... Como queramos determinar a lo que en nosotros piensa. (Platón hablaba de "dianoia" y "nous"; Descartes de "raison" o bona mens)

Entonces, sobre el problema del conocimiento, Ortega enfoca dos posturas diametralmente opuestas, en principio (siempre nos referimos al texto analizado):

a) El racionalismo (pensemos en Platón y en Descartes), filosofía para la cual se puede acceder al conocimiento pleno de la realidad. Nuestra mente sería como un espacio transparente al cual llegaría la realidad tal y como ésta es. Como si esto sucediera a través de un cristal que lo dejara pasar todo; y que ninguna idea se nos escapara si ejercitamos bien la mente, si procedemos con método.

b) El relativismo, para el cual la vida de cada cual introduce deformaciones en la realidad. Esto es, que la realidad es diferente, y en último lugar produce ideas incompatibles, según los diferentes sujetos que conocen esa realidad: individuos, pueblos, épocas. Finalmente: que como los puntos de vista producen realidades diferentes... pues habrá que pensar que la realidad no existe... de tan contradictorias, incompatibles, inintegrables que llegan a ser las distintas perspectivas obtenidas por sujetos individuales, por pueblos y épocas diferentes.

Sostiene Ortega que ni un extremo ni el otro: ni la transparencia de la mente racionalista que conoce las verdades evidentes si emplea bien el método (Descartes y sus reglas) ni las deformaciones que dice el relativismo. Porque lo que hay son justamente puntos de vista diferentes, perspectivas diferentes de la realidad, según las personas y las culturas, según las épocas y los pueblos...

Entonces, porque un individuo tenga un punto de vista sobre el mundo, y que ese punto de vista sea diferente de otros, eso no significa que los dos sean falsos, y tampoco tiene por qué serlo necesariamente alguno de ellos. Lo único que pasa es que ningún punto de vista, ninguna perspectiva, es la verdad con mayúsculas, entera y absoluta. Esto es: que no somos un Dios omnisciente que lo sabe todo, que conoce la verdad acerca de la realidad absolutamente, sin fallos o errores ningunos. Tenemos verdades con minúsculas, según los puntos de vista diferentes; esto es, según las distintas concepciones que vamos obteniendo en nuestras vidas y en nuestra historia. Lo que procede entonces e efectuar es una integración, como una suma o articulación de esas verdades parciales, de esas verdades particulares y como escritas con minúscula. Sería como intentar unir las muy distintas vidas y subjetividades, para ver de obtener así una aproximación a la objetividad. Porque la objetividad absoluta, arquetípica, platónica, nunca la vamos a poder obtener.

Ortega compara el conocimiento con la visión de un paisaje (cada filósofo posee sus tipos de metáforas; recuerda el carácter de cada una de ellas en Platón, Descartes, en Kant o en Nietzsche): de la misma manera que dos hombres pueden ver el paisaje (un "mismo" paisaje, si esto se pudiera decir) desde dos puntos de vista o localizaciones diferentes, y no se puede decir que la visión de uno sea la verdadera y la del otro falsa, sino que las dos son verdaderas, en parte- de esa misma manera el conocimiento de la realidad (obtenido a través de la filosofía, de la ciencia) se compone de a partir de un tejido o entrelazado obtenido con puntos de vista diferentes, los cuales se deben integrar (unir, ensamblar) para darle forma a la realidad, a nuestro conocimiento de la realidad. Así que Ortega puede sostener que "La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación es su organización". O sea, ni racionalismo absoluto ni relativismo o subjetivismo absoluto. Los puntos de vista absolutos (aunque sabemos que no existen, que todo punto de vista es relativo a algo: mente o cultura) son excluyentes, mientras que la filosofía de Ortega pretende ser incluyente.

Entonces, para seguir con esta argumentación, la individualidad de cada sujeto, de cada pueblo, de cada época y cultura, es un ingrediente básico en el conocimiento que ese sujeto posee. Repetimos: solamente se tienen puntos de vista localizados sobre la realidad, en función de las circunstancias, de las ideas y creencias, de los valores que en cada época sirven. Pensar otra cosa es ilusorio, fantasioso. Es ilusorio pensar que hay un sujeto puro, una razón pura que con su método (sobre todo matemático; recordemos que Platón y Descartes privilegian la matemática, que la disponen como un espejo ideal por el que la filosofía tiene que pasar, como un modelo al cual mirar e imitar) sea capaz de llegar a conocer todas las verdades, y de la misma manera. Esa ha sido la tentación y la creencia de los filósofos racionalistas, de Platón en adelante: se pensaban que la realidad se iba a ajustar como un guante a su inteligencia particular, porque esta inteligencia particular se les ofrecía como capacitada para ser enteramente objetiva.

Ortega sostiene que es una utopía (algo que no tiene lugar, que es lo que originalmente significa la palabra "utopía") imaginarse que la ciencia y la filosofía se adquieran aparte de las circunstancias, de las perspectivas, de los puntos de vista de la vida. "Cada vida es un punto de vista sobre el universo"- escribe Ortega. Dicho de otra forma: que la realidad, el mundo, poseen una dimensión vital, una historia, que son perspectivísticas, basadas en los puntos de vista individuales y localizados, situados en marcos biográficos, geográficos, culturales, históricos. Lo fantástico sería creer que todos los individuos de todas las épocas conocen de lo mismo y de la misma manera; que todos, siguiendo el mismo método matematizante, platónico o cartesiano, iban a llegar a conocer el mismo mundo inteligible (Bien, belleza, justicia), o las mismas realidades que conoce Descartes (Alma, Dios, Cuerpos).

En esa fantasía recién mencionada se ha basado toda la filosofía pretérita, sostiene Ortega. También Nietzsche hablaba (en su libro El crepúsculo de los ídolos) de los errores de los filósofos: inventores de conceptos, sacerdotes, odiadores de la vida, de los sentidos y del cuerpo- capaces solamente de fabricarse telarañas de ideas, momias conceptuales, por odio y resentimiento a una vida, a la altura de la cual no sabían estar, incapaces muchas veces de enseñorearse de sus propias pasiones. Los filósofos, adoradores de los ídolos de la razón, según Nietzsche, no soportan el devenir, el cambio, la historia. La filosofía consiste en debilidad y rencor, sostendrá Nietzsche.

La verdad es que Ortega no mantiene una idea muy diferente. Porque Ortega se basa, sustenta su filosofía, en la vida como una realidad radical, de raíz, y la vida consiste en tiempo, en cambios, en historia y en biografía. Lo que pasa es que Ortega no llega a ser tan radical, valga la palabra, tan extremista como se manifiesta Nietzsche. Este filósofo alemán consideraba que había que sacar el martillo y dirigirlo a destrozar los "ídolos", las ideas con las que los filósofos habían envenenado la vida. Mientras que Ortega se pronuncia por, defiende la existencia de una razón vital, de una razón, una inteligencia, orientada a los valores de la vida; anclada la cultura e historia del hombre y sus valores objetivos en lo que la vida tiene de dimensión constituyente.

Hasta el concepto de Dios, que para Nietzsche era el resumen de todos los conceptos inventados por la razón de los filósofos (y por eso podía escribir "Dios ha muerto", como expresión sintética de la falta de significado de todos y cada unos de los conceptos de la filosofía anterior), tiene su lugar en la filosofía de Ortega, en la síntesis que hace Ortega entre racionalismo y vitalismo, entre conocimiento y vida. El lugar que el concepto de Dios posee en Ortega es especial, por supuesto: no se trata del Dios de los creyentes, es evidente, ni siquiera se trata de la Res Infinita de Descartes (que es un Dios para filósofos, no muy diferente en su Perfección del impersonal Bien platónico).

No es otra cosa el Dios de Ortega que un símbolo: el símbolo de la integración o suma de todos los puntos de vista. De forma que Dios podrá ser infinito, pero no como en Descartes, que lo era porque yo no había podido crear su concepto (a causa de que Dios es perfecto y yo no, que para empezar me reconozco meramente contingente). Dios, en Ortega, será infinito en el sentido de la suma, articulación o integración de todas las perspectivas posibles que los hombres pueden obtener en su conocimiento filosófico y científico de la realidad. Será, por así decirlo, igual de infinito o radical que lo es la vida.

01 abril 2014

HISTORIA DE LA FILOSOFIA, RELACION ENTRE MARX Y LOCKE

Se puede contrastar lo que sostienen Karl Marx y el teórico del liberalismo inglés John Locke, en torno al tema de la relación del ser humano con la naturaleza y a cómo surge la vida social desde el estado de naturaleza, desde la condición viviente de los seres humanos.
La respuesta que uno y otro pensador dan a estas cuestiones constituyen la razón de que su tratamiento del trabajo, y en general, de la actividad económica, parezcan diametralmente opuestas. Así, Locke puede ser concebido como uno de los autores fundacionales del liberalismo económico, anticipándose a los clásicos de esta doctrina del siglo XVIII y el XIX, encabezados por Adam Smith y David Ricardo. Por su parte, Marx es el máximo defensor del comunismo, del socialismo científico, y con su persona e ideas inspirará los movimientos revolucionarios de izquierda del siglo XX.
John Locke se nos presenta como un teórico del contrato social. (Thomas Hobbes, defensor del absolutismo, y Jean jacques Rousseau son los otros autores modernos que recogen esta imagen del contrato fundador de sociedades.) Locke entiende que la vida en sociedad, así como la organización de los sistemas políticos de los Estados, se originan cuando los seres humanos efectúan un acuerdo o pacto para abandonar el estado "de naturaleza" en el que se mantienen y entrar en un estado de civilización. Ese contrato o acuerdo implica una renuncia a las condiciones de la situación natural, no civilizada, de libertad e igualdad. Pero con el fin de que esos mismos derechos básicos y naturales a la libertad, a la felicidad y a los beneficios del trabajo, se puedan desplegar o gestionar mejor, evitándose los conflictos que eventualmente pueden originarse en un estado "de naturaleza" cuando no están rectificados por las leyes políticas.
En resumen, que los seres humanos, libres por naturaleza, acuerdan libremente establecer un contrato para formar un gobierno liberal (con división de poderes entre el legislativo y el ejecutivo) que garantizará mejor el desempeño de la libertad, la búsqueda de la felicidad individual y la prosperidad económica que emana del trabajo. Recordemos como de paso que John Locke será uno de los filósofos fundamentales para la Constitución norteamericana. Es verdad que el Estado que surge de la doctrina liberal de John Locke no es una democracia tal y como reconocemos que debe ser para poder calificarla de tal. En primer lugar no hay un sufragio universal que otorgue derechos de ciudadanía a todos/as y cada uno/a. Se trata de una sociedad de propietarios en libre concurrencia en el mercado. La propiedad privada, las posesiones, representan la condición legitimante de los derechos políticos del ciudadano, en John Locke.
No podría ser una democracia tal y como conocemos que debe ser. No puede serlo, nos avisará Marx, porque esa doctrina del liberalismo político y económico es una falsedad, una construcción intelectual ideológica. Que nos engaña acerca de la verdadera realidad de la sociedad y de la infraestructura económica que cimenta la sociedad. los seres humanos, dice Marx, no establecen entre ellos un contrato libre para organizar mejor una economía natural y optimizar la asignación y distribución de los recursos. También para Marx, ciertamente, la vinculación del ser humano con la naturaleza ocupa un lugar principal a lo largo de su pensamiento. Los seres humanos se relacionan activamente con la naturaleza, transformándola con su trabajo, y transformándose ellos a su vez. Marx no se hace ilusiones de que la humanidad pueda haya vivido armoniosamente en la naturaleza, en un paraíso sin esfuerzo.
Ocurre que para Karl Marx la economía posee raíces históricas, y va cobrando diferentes formas a lo largo de las épocas: esclavismo, feudalismo, capitalismo... Cada uno de esos sistemas con sus propias características, leyes y relaciones sociales correspondientes. Por eso, las leyes de la economía no son como las otras leyes científicas, no son leyes naturales sino leyes históricas, dependientes del modo de producción económico correspondiente. Lo importantes es que cada sistema económico o modo de producción contiene en sí mismo los gérmenes de su disolución, que lo mueven y lo cambian las contradicciones que lo habitan. Esa dialéctica o conflicto representa el motor de la historia humana.
En el caso del capitalismo, la contradicción interna se da entre la burguesía propietaria del capital y el proletariado trabajador. Un contrato libre, contra lo que puedan pensar autores liberales como Locke, entre capitalistas y proletarios representa un sarcasmo nada más. Y la política que se basa en ese contrato, no es para Marx otra cosa que una legitimación (justificación ideológica) del régimen de la propiedad privada, una defensa del extrañamiento. La única armonía posible, entre los seres humanos y la naturaleza, el humanismo y el naturalismo a la vez, no puede estar en la antehistoria (el estado de naturaleza de Locke podía dar pie a creer esto) sino en la posthistoria o historia al fin realizada, en el comunismo que anula el régimen de la propiedad privada defendido por el liberalismo político y económico.