Lo sucedido desde finales de los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado fue un sorprendente engaño. Millones de personas empezaron a sentirse más identificadas, en contra de sus propios intereses, con los estilos de vida, las preocupaciones y los proyectos de sumisión de una élite inalcanzable, mucho más que con los de sus vecinos, de quienes apenas les separaban un puñado de puntos porcentuales en la escala de valores. “Nos dejamos engañar con entusiasmo, comimos mentiras con avidez exigiendo raciones dobles”, explica el autor del texto, para quien la desregulación de aquel tiempo era una bomba de relojería, el equivalente económico de un proceso tumoral acelerado con anabolizantes financieros. La cuestión nunca fue si la economía global iba a implosionar, sino cuándo iba a hacerlo y en qué condiciones para los distintos grupos sociales; en lo más hondo de nuestro corazón sabíamos que aquello era irracional, que la oferta que proporcionaba el neoliberalismo y que mucha gente no estaba dispuesta a rechazar era mentira. A pesar de ello tragamos. (J. Estefanía, reseñando en Babelia Capitalismo canalla, libro del sociólogo C. Rendueles)
El grado cero parlamentario
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