22 febrero 2010

Una historia de la lectura

David López Sandoval:

Cuentan que durante la más temprana Edad Media, en los primeros monasterios y congregaciones religiosas, los compañeros de San Ambrosio -uno de ellos es Agustín de Hipona, que relata esta anécdota en sus Confesiones- quedaban asombrados cada vez que éste cogía entre sus manos un libro. ¿Qué hace?, se preguntaban los unos a los otros, ¿acaso no sabe leer? Lo que motivaba tanta expectación no era más que el hecho de que, a diferencia de los demás monjes, él leía en silencio, para sí, sin ni siquiera mover los labios. Hasta la fecha, era costumbre verbalizar las palabras. No se concebía otra cosa que no fuese la lectura para el otro, que bien podía ser un feligrés, un monje o el mismísimo Dios. San Agustín, que pensaba que Dios estaba en uno mismo, tampoco creyó necesario esa comunicación exterior y, a veces, tan expresa. A partir de entonces, la lectura pasó a ser un proceso que acarreaba una mecánica íntima y secreta, dependiente tan sólo de aquel que la ponía en práctica. Todos la hemos experimentado alguna vez. Se trata de integrar la voz narrativa que nos está contando la historia en nuestra propia voz, de tal manera que llega un momento en que somos nosotros los que nos contamos dicha historia, en un proceso que se asemeja al efectuado mediante la reflexión. Es decir, cuando leemos, pensamos, hablamos con nosotros mismos y, por ende, tratamos de conocernos y de conocer también el mundo. Por ello la lectura y los libros llegan a ser tan importantes en nuestra vida. Y por ello he comenzado hablando de este tema, intentado así mostrarte hasta qué punto nos condiciona a la hora de ponernos a escribir o a pensar.

No hay comentarios: