22 abril 2010

HISTORIA DE LA FILOSOFIA 2º BACH, FINAL DEL TEXTO DE NIETZSCHE


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La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final -¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir!- los "conceptos supremos", es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de sí mismo]. El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto - ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto "Dios"... Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]... ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas! - ¡Y lo ha pagado caro! ...

Recuerda la palabra "idiosincrasia". El
DRAE define esta palabra como "Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad". El individuo en este caso es el filósofo. Es decir, que a Nietzsche le parece importante la manera de ser del filósofo en relación con las ideas que ese filósofo defiende. Sin embargo, tradicionalmente la filosofía ha pretendido que lo importante son los argumentos, las explicaciones objetivas, los métodos y las pruebas científicas, y cuanto más "matemáticas" mejor...

Nietzsche sostiene que ese carácter propio de los filósofos (esa "idiosincrasia") consiste en confundirse con el orden de las cosas, consiste en poner como primero y principal lo que no lo es, lo que en verdad tendría que ser totalmente secundario y venir al final, y ni mucho menos como algo importante...

Lo que debe venir al final, si es que en realidad tienen que venir en algún momento, son, según Nietzsche, los "conceptos supremos". O sea: esas grandes palabras y conceptos que han ocupado la mente de los filósofos, los cuales las han considerado como la verdadera realidad (pretendiendo que era algo que todos debían creer, a causa de lo bien fundamentado que estaba) . Las Ideas platónicas, por ejemplo (Belleza, justicia, Bondad, etc.). También esas ideas que Descartes descubre, como innatas o congénitas (genéticas diríamos nosotros) a la razón humana: el alma o res cogitans (yo pienso, yo soy), Dios, que es un ser perfecto o infinito (res infinita), los cuerpos materiales (res extensa).

Es verdad que Descartes se basa en el examen de su propia razón, mientras que Platón tiende a localizar como un mundo exterior a la mente, como algo que la mente tendría que descubrir tras su
training matemático, o salida de la caverna. En todo caso el ejercicio de la razón es básico, por eso hay que someterla a métodos (Descartes), entrenarla a lo largo de la vida (Platón, para sus gobernantes filósofos).

También es básico el empleo y reflexión de la razón en el caso de la moral, es decir, en el caso de lo que los seres humanos consideramos que está bien o mal (con independencia de lo que digan las leyes; recuerda que a veces podemos considera que hay leyes injustas, como las que justifican la esclavitud, o la sumisión de la mujer). Es decir, que también la razón moral se ocupa de ideas (morales)...

Pues bien, lo que sostiene Nietzsche, atacando de raíz esa tradición, es la condición de esas mismas ideas, su validez. O sea: que para él no valen más que como "síntomas" del carácter del filósofo. De su carácter de persona religiosa, creyente (contradiciéndose el filósofo: porque el filósofo sostiene que su inteligencia es plena y metódicamente racional).

Si son "síntomas" es que habrá que pensar que el filósofo es un enfermo, un ser humano resentido contra la vida, esta vida y este mundo, y que por esa razón de que está resentido tiene que inventarse otro mundo y otra realidad más verdaderas, que no cambian, que no mueren, que no son "históricas".

Escribe Nietzsche:

"Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto - ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui."

Lo que he marcado en rojo es importante. Para Nietzsche son lo mismo los conceptos (de un filósofo) que los valores (las cosas que valen para ese mismo filósofo). Esto es, que los conceptos con que percibimos y explicamos la realidad (no solamente los filósofos, sino nosotros también) equivalen a evaluaciones o puntos de vista que tenemos sobre esa realidad, a la manera en que nos fijamos en unas cosa, seleccionándolas porque nos interesan, mientras que en otras no nos fijamos y las dejamos de lado.

Esto lo advierte Nietzsche, es decir, que los conceptos de los filósofos, esas grandes Ideas de verdad, perfección, bien, etc. (como las que menciona en el fragmento que acabo de citar), que culminan en la Idea de Dios (que tiene que ser "causa sui", es decir, que tiene que existir por sí misma, que no la podemos haber creado nosotros; recuerda que es lo que escribía Descartes: que nosotros no podemos haber creado la Idea de un ser perfecto, dado que nosotros somos imperfectos)... todas esas ideas que descubre o se inventa la razón no son nada más que productos (invenciones, ficciones, mentiras, etc.) de los filósofos, creaciones de los filósofos "racionalistas", que son incapaces, por su debilitada y enferma voluntad, de afirmar la realidad y la vida tal y como son, y que por eso tienen que inventarse otro mundo donde las cosas no cambien ni mueran, donde no haya historia, para consolarse y estar a la altura.

Pero todo eso son ídolos, "idolatrías", y es como creerse que la momia es la persona viviente... Esto son los filósofos según Nietzsche: tejedores de telarañas (la araña es la razón; la tela, los conceptos o ideas; la mosca cazada y muerta, la vida real, los cuerpos, los sentidos)...

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Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (-digo nosotros por cortesía ... ) vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error. Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje. Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general, cree en el "yo", cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo -así es como crea el concepto "cosa"... El ser es añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto "yo" es del que se sigue, como derivado, el concepto "ser"... Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos,- de que la voluntad es una facultad... Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria, - la empiria entera, decían, está, en efecto, en contradicción con ellas. ¿De dónde proceden, pues? - Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo error: "nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto (- en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad! ), nosotros tenemos que haber sido divinos, ¡pues poseemos la razón!"... De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eléatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos! -También los adversarios de los eléatas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo... La "razón" en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática...


Deberíamos empezar marcando en rojo expresiones y términos que son importantes, porque los debemos conocer ya como palabras que emplean los filósofos, o que nosotros tenemos que emplear para entenderlos correctamente a ellos (si nos interesa).

Digamos que lo marcado en rojo nos tiene que llamar la atención, no por el color de la fuente de texto, sino porque nos recuerde argumentos y términos de otros pensadores. En este apartado, en concreto, tenemos que pensar, evidentemente, en Platón y en Descartes. Pero tenemos que saber que Nietzsche argumenta en contra (esto lo digo yo, pero tú no lo escribas en un examen: los filósofos no son abogados que se pelean... porque a veces son peores) de Platón y Descartes, a causa de que éstos son filósofos que se basan en la razón; es decir, en la creencia en la razón...

Y, ¿en qué consiste o en qué se basa la razón -se pregunta Nietzsche, y se responde él mismo en el texto, en este fragmento?

La razón, según Nietzsche la razón es un prejuicio y se constituye a base de prejuicios.

Justo lo contrario de la tesis de Descartes, que sostenía que la razón inspirada en un método era capaz de deshacerse de los prejuicios, creencias infundadas que proceden de la experiencia nuestra, de nuestro aprendizaje, las enseñanzas contradictorias de los maestros, etc.

Pues no, para Nietzsche existe un "prejuicio de la razón", como una especie de adoración religiosa y supersticiosa de la "diosa" razón, como si ésta fuera lo más alto o nos pusiera en contacto con lo más alto y supremo, a través de los conceptos que crea (como los que he marcado en rojo en el fragmento de ahora; ¿localizas los que son?). Como si creyéramos que la razón nos pone en contacto con lo más alto, con lo supremo: las Ideas en Platón, o Dios en Descartes y en muchos otros filósofos, cristianos o no.

Pues no: la razón no nos ponen en contacto con lo superior, con un mundo inteligible y más perfecto que éste, sino que la razón, la inteligencia, se basa en lo más grosero (lo más grueso, lo más basto o rudimentario) que existe, en el lenguaje.

Más que el lenguaje sea grosero, se trata de que creerse el lenguaje, aquello que hablamos o escribimos, sí que constituye una simpleza, una ingenuidad. "Fetichismo" (creencia en fetiches, en ídolos, es el término que emplea Nietzsche).

Es como si pensáramos que todo aquello que decimos con nuestras oraciones simples se corresponde exactamente, punto por punto, con lo que sucede en el mundo realmente... Parece cosa de niños. Para Nietzsche los filósofos son justamente esos niños crédulos...


“El problema del error y de la apariencia”.

¿Qué significa esta expresión de Nietzsche al comienzo del apartado?

No debemos tener dudas al respecto. Se trata de la cuestión que importaba a Descartes y a Platón, en el campo de la teoría, del conocimiento filosófico y científico, y que cada uno pretendía solventar a su modo.
Descartes, en la filosofía moderna, fijándose en el proceder de las matemáticas, de la geometría y el álgebra, para ver si en su manera de deducir, en el riguroso modelo de explicación y conocimiento que nos proporcionan estas ciencias exactas, las matemáticas, se halla un camino o método que puedan valer al espíritu humano (razón, mente, inteligencia, etc.) en el ámbito de la filosofía en general.
Platón, en la filosofía antigua, en Grecia, el lugar de nacimiento de la filosofía, del logos o razón que quiere comprender todas las cosas, el mundo de ahí fuera, de la naturaleza, el cosmos, pero también el mundo de dentro, el de los seres humanos y sus relaciones, su conciencia moral (su corazón, podríamos decir; su “demonio” interior, dice Sócrates).
También Platón, él más que nadie, y por eso Nietzsche ataca justamente la filosofía de Platón: porque es la fundadora, la original, la que proporciona los conceptos que luego van a repetir o con los que van a jugar los demás filósofos, sean más racionalistas o se fijen más en la experiencia de los sentidos (empiristas). Esto es, que Nietzsche considera su obligación de filósofo (aunque él pretende ser un psicólogo o como un médico que diagnostica los males del alma y del cuerpo, de la vida en general, de donde los filósofos se han inventado su conceptos), considera su obligación, digo, ir a la fuente, al lugar original de los errores en las ideas de los filósofos. O sea: Platón (aunque también Sócrates, el maestro amado por Platón).

El primer error está en diferenciar (Platón) una “apariencia” (de los sentidos: el mundo visible, el mundo de la izquierda de la línea, el mundo del interior de la caverna), por un lado, y una “realidad”, por otro. Una “realidad” conocida a través de la razón, de las matemáticas primero y de la filosofía dialéctica finalmente, como se nos dice en el símil de la línea (o sea, el significado de la parte de la derecha), una “realidad” que es la que conoce finalmente el prisionero liberado de las sombras, las ignorancias y las injusticias de la caverna, que sale a la luz del mundo y finalmente ve el sol (quiero decir, el Bien).

No es poca cosa lo que el filósofo conoce al conocer el Bien y el resto de las Ideas que de él proceden y por él se explican (de la misma manera que del sol proceden las cosas naturales y a causa del mismo sol las vemos, según su símil del sol)… No es poca cosa, porque ese conocimiento exhaustivo, pormenorizado, intelectual, de la verdadera realidad, de esa trama o mundo inteligible que conforman las Ideas, es de la mayor utilidad: permite al filósofo que se ha ido formado, educando, instruyendo en ese saber, trasladar a la ciudad, a la política, a la sociedad de los seres humanos, todo ese conocimiento del Bien y de los justo que ha ganado teóricamente. De manera que en la práctica ese bien y justicia se convierten en virtudes concretas de todos y cada uno de los componentes del estado ideal platónico, de su utopía soñada: trabajadores moderados, que no se dejan llevar por sus deseos sensuales, militares valerosos, guardando el orden de la ciudad prescrito por los sabios y prudentes gobernantes de esta ciudad ideal…

Piensa que esa misma exactitud que Platón quiere para su ciudad perfecta (da igual que nosotros, ciudadanos de democracias parlamentarias avanzados, conozcamos por experiencia histórica que las ciudades perfectas no lo son), es la que Descartes quiere para edificar de nueva planta la ciencia, y que él también ordena la sabiduría, buscando armonizar sus partes.

Las raíces de ese “árbol de la sabiduría” están en la metafísica, según Descartes. Es decir, en esa filosofía fundamental y primera que Descartes nos dispone en la parte IV de su Discurso del método: conocimiento indudable de que yo, mi ala, existo (porque pienso, porque dudo, y así veo con claridad y evidencia, sin lugar a dudas, que yo soy o existo); conocimiento, después, de que Dios existe, causa de la perfección e infinitud de su idea, que yo tengo de manera innata en mi mente, pero que yo no he podido crear, dada mi imperfección; conocimiento, finalmente, de que el mundo exterior, material, de los cuerpos y los movimientos, existe, a causa de que Dios, perfecto, infinito, bondadoso, no ha de engañarme. Etc.

Todo queda tan ordenado por Descartes que hasta se produce un “círculo vicioso”: a causa de que mi razón es capaz de obtener evidencias, verdades dotadas de claridad y distinción, es por lo que puedo llegar al conocimiento de Dios, que, a su turno, me obliga a “dar la vuelta”, a girar en mi pensamiento: porque Él es el avalista o asegurador de que mi mente sea capaz de ideas claras y distintas…
¿Y Kant qué?
Aparte del hecho que la cuestión de la exactitud filosófica y científica representa una cuestión básica para la filosofía kantiana, está el hecho de que en el texto hemos visto, que pertenece a una obra sobre filosofía moral (Fundamentación de la metafísica de las costumbres), se da esa misma tendencia a buscar realidades y cosas exactas, ahora en el terreno de la moral, de la razón no teórica, sino práctica. O sea, en el terreno del funcionamiento de la inteligencia de los seres humanos, de cara a fijar las reglas por las que se ha de regir su conciencia para alcanzar normas de convivencia ajustadas…

También en el terreno de la moral importa alcanzar un método, algún procedimiento que nos lleve a “realidades”, que nos haga salir de las “apariencias”, también en este campo…

Lo que pasa es que en este campo de la moral todos participamos, todos debemos participar ( si no, mal vamos; seríamos seres asociales, incapaces de convivir). Todos tenemos una idea más o menos clara de lo que es ir con buena voluntad en nuestros asuntos y relaciones. No nos solemos engañar al respecto, aunque queramos engañar a los demás. Pero a nuestra conciencia no la engañamos. Porque en esa misma conciencia moral está la realidad de la moral. Pues esa conciencia consiste, finalmente, en que seamos capaces de proyectar nuestras reglas de conducta (nuestras máximas, dice Kant) hacia lo general: universalizarlas como si fueran leyes de la naturaleza física, como esa de Newton que formula cómo gravitan entre sí dos cuerpos cualesquiera.

Esto es, que las leyes morales, una vez que lo son, una vez que hemos sometido nuestras máximas, o reglas de comportamiento particulares al test de universalidad (“Actúa de tal manera que pudieras convertir la máxima de tu voluntad en una ley universal de la naturaleza)”, son universales, se aplican a todos los seres humanos, racionales, se aplican por igual, son objetivas, y son necesarias, no hay excepciones.

Son “imperativos categóricos”, obligaciones incondicionales, mandatos sin excusas. Proceden esas reglas de la razón: pues la razón las ha sometido a su test de prueba; igual que el método de Descartes somete a las creencias depositadas en nuestra mente por la educación, la experiencia, las tradiciones, etc. A la prueba de la evidencia, al criterio de verdad que en su primera regla nos explica cómo debemos diferenciar entre la “apariencia” de verdad y la verdad que es “realidad”.

Que las leyes morales sean asimilables a leyes físicas, como la ley de gravitación universal de Newton, que sean asimilables a fórmulas descarnadas que sirven para cuerpos materiales, no significa que los seres humanos seamos “fórmulas”. Pues la ley moral, acaba señalando Kant en el texto de la Fundamentación… nos representamos a nosotros mismos, y nos tenemos unos a otros, como algo más y algo diferente a cosas que tiene un valor de cambio, que pueden ser cambiadas unas por otras en el mercado, que pueden ser tasadas en dinero.

No. Sostiene Kant que los seres humanos, los seres racionales, en general, nos hacemos la idea en nuestra conciencia de que somos algo más que cosas. Somos personas, seres dotados de dignidad, que la exigen para sí y que la tienen que respetar en otros, si es que la ley moral tiene algún sentido, si tenemos claro lo que significa humanidad.

En ese sentido, en el de que somos personas, dotadas de una dignidad, que es como la frontera de un país irrebasable e inviolable, está el fundamento real de las leyes morales, la carne y la sangre diríamos, de la fórmula de la universalidad, del imperativo categórico, de los deberes de conciencia y de nuestras ideas de lo que está bien y mal y cómo debemos conducirnos.

El fundamento de nuestra dignidad y valor sin precio nos lleva a formular de otra manera, sin decir algo distinto, el imperativo categórico: “Actúa del manera que uses de tu humanidad, en tu persona y en la de cualquier otro, no solamente como un medio, sino siempre y al mismo tiempo como un fin”. Esto es, que el aprovechamiento de nuestros cuerpos físicos (en el trabajo y en la sexualidad) queda justificado en la manera en que se limite: en la idea de que siempre hay un límite impuesto por la dignidad racional. Trabajo, si. Esclavitud, no.

[Sé que me he extralimitado, que me he ido de Nietzsche a muchos otros sitios, y finalmente y en especial a Kant. Pero: a) Kant entra en el próximo examen y pienso que lo que he escrito puedo ser útil y que había dicho que iba a escribir algo. Aquí está. B) no me he ido de ninguna manera de la expresión de Nietzsche que entrecomillé al principio, sobre la diferencia entre “apariencia” y “realidad”. Sino que he ido concretando como se manifiesta en diferentes filósofos. En Kant está claro que la “apariencia” pertenece a nuestras “inclinaciones” (deseos, tendencias, gustos, sentimientos, etc.) particulares, subjetivas. La ley moral, racional, objetiva, el imperativo categórico y todos esos conceptos relacionados representan la “realidad” moral. Me queda explicar por qué Nietzsche denuncia radicalmente esa diferencia que establecen los filósofos racionalistas entre “apariencia” y "realidad”. Lo dejo para después. De momento sólo digo que los filósofos han sido unos negadores del cuerpo y sus sentidos, unos rencorosos, unos vengativos y unos inmorales (con el cuerpo).]

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Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la comprensión, así provoco la contradicción.

Primera tesis. Las razones por las que "este" mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad, -otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable.

Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al "ser verdadero" de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada, -a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el "mundo verdadero": un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.

Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de "otro" mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de "otra" vida distinta de ésta, "mejor" que ésta.

Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo "aparente", ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence, -un síntoma de vida descendente... El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues "la apariencia" significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, -dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco...


“Un conocimiento tan esencial”, empieza escribiendo Nietzsche en este apartado final que recapitula todo lo que ha ido sosteniendo anteriormente. Ese conocimiento tan esencial consiste en la denuncia de todas las ideas y valores que la filosofía anterior ha ido poniendo como fundamentales.

Considera Nietzsche que estos valores e ideas de la filosofía pasada implican una anulación de la realidad, la negación de la vida. Del cambio, de la historia. Esto lo denomina Nietzsche NIHILISMO (del latín “nihil” = nada), porque es la conversión de la vida, de la fuerza, de la alegría, en nada.

Los filósofos y sacerdotes han sido los que se han encargado de romper o anular la vida, inventándose conceptos de un mundo que ellos sostienen que es más verdadero que este mundo sensible (“de la caverna”, diría Platón, que es el gran denunciado por las críticas de Nietzsche, pero no el único).

Quien niega esta vida de carne y hueso, de alegría y de dolor (pues Nietzsche no está sosteniendo algo tan ingenuo como que la vida sea una sucesión optimista de fenómenos positivos), esta realidad en perpetuo cambio, que solamente a través de los ojos podemos conocer (a través de los ojos, a través de los sentidos en general; recordemos el aprecio que le tiene Nietzsche a la nariz, por la capacidad de ésta de detectar los malos olores que vienen de los conceptos muertos de los filósofos)… quien niega todo esto es que vive en sí una vida enferma, que no le satisface y que por eso tiene que inventarse otras vidas y mundos más verdaderas, un mundo imaginario de almas aparte del cuerpo y de ideas aparte de las cosas materiales (como en Platón, pero también como el cristianismo, pues Nietzsche sostiene que el cristianismo es “platonismo para el pueblo”, una filosofía ajustada a cabezas poco sutiles).

Se trata, el filósofo o el religioso, de personas debilitadas, decadentes, que han olvidado lo fundamental de la realidad, que ésta es VOLUNTAD DE PODER.

O sea, que la realidad consiste en una tendencia constante a la superación, a ir más allá, más allá pero no fuera del mundo, sino en éste… A esta vida, a esta “voluntad de poder” hay que afirmarla, hay que decirle sí a todo, querer que todo volviera a repetirse de nuevo.

Es la idea del ETERNO RETORNO, que Nietzsche defiende como una de sus doctrinas fundamentales, y que es lo que correspondería a seres que fueran capaces de ir más allá de las ideas de los filósofos y de las religiones. El “eterno retorno” representa, por lo tanto, el ideal ético del SUPERHOMBRE, no del hombre decadente. Ahí está el sentido aristocrático de Nietzsche, no en que sea un antecedente de Hitler…

Por eso, porque no hay más que este mundo, es por lo que Nietzsche argumenta que no existe un “mundo aparente” (éste, el material, el de los sentidos, el del cambio, etc.), enfrentado a un “mundo verdadero” (el de las ideas, el de los filósofos) que se conoce con la inteligencia.

No. Este mundo de la inteligencia, inteligible, conceptual, ideal, etc. no existe, no es nada más que una ficción, una invención que se basa en una creencia (cosa de religiosos) en el lenguaje, en que las palabras son la realidad.

(Tan ingenuo como si nos creemos que el sujeto de una oración y el nombre que hay como núcleo del sujeto se corresponde con exactitud a una realidad, a una sustancia… Pues no, esto sería ingenuo, puesto que sabemos que la realidad es científicamente algo más complejo; que hay átomos y todo eso.)

Las palabras son metáforas para Nietzsche, no son etiquetas exactas, científicas, matemáticas, sino aproximaciones que nos sirven, que sirven a la vida. Y según sea la vida, esas palabras darán lugar a unos conceptos o a otros… En el caso de una vida decadente, de una forma vital que niega la vida, los conceptos son esos de los filósofos, un conjunto de ideas que esos mismos filósofos sostienen que son el mundo verdadero (Bien, Belleza, Justicia, Dios, etc.).

Para nada… Para Nietzsche son “ídolos” cuyo “crepúsculo” (no el de la mañana, sino el de la tarde, el del ocaso) ha llegado.

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