18 diciembre 2008

FILOSOFIA 2º BACH CT/HUM, CONTINUACION DE LA PARTE II DEL DISCURSO DEL METODO



¿Por qué no ha de ser posible que en el caso de las ciencias suceda algo similar?

De esta manera, se observa, por parte de Descartes, que las ciencias, tal como son practicadas por la filosofía escolástica, no contienen verdades exactas, como sería deseable, sino proposiciones meramente probables, es decir, conocimientos que ni mucho menos son exactos (como, recordemos, sería de desear, si es que el conocimiento ha de ser riguroso).

Para que el conocimiento fuera riguroso, es decir, para que hubiese ciencia, bastaría, según escribe Descartes en el Discurso del método, con que el hombre ejerciera el buen sentido en sus razonamientos acerca de las cosas del mundo que se le presentan.

Esto, que puede parecer sencillo, a lo mejor no lo es tanto, porque es justamente la clave de la filosofía de Descartes.

Es decir, ¿cómo ha de organizarse ese buen sentido y esa capacidad de razonamiento de los hombres? Para que sean capaces de ir más allá en sus ciencias, de los razonamientos o conocimientos meramente probables.

Obsérvese que, a este respecto, efectúa Descartes una valoración de la educación que, ni mucho menos, es tan positiva que la que hace, por su parte, Platón, para quien la educación era, ni más ni menos, que la forma de conducir a las personas al máximo grado del saber, para lograr obtener filósofos prudentes y justos, que fueran capaces de traspasar esa su virtud al Estado armonioso.

En efecto, para Descartes la causa de los errores o de los conocimientos meramente probables que arraigan en la mente, en la forma de prejuicios o de creencias infundadas, ha de buscarse en las contradicciones de los maestros del saber, de los preceptores, que son capaces de sostener tesis contradictorias acerca del mismo asunto.

En ese sentido, considera Descartes que mucho mejor habría sido que desde niños nos hubiéramos guiado por la luz natural de la razón, en lugar de dejarnos guiar por los maestros. Lo que es una manera de decir que hubiera sido mejor que cada uno hubiera sido su propio maestro… guiándose con su propia razón o inteligencia.

Ahora bien, Descartes es un hombre prudente, temeroso quizás de censuras religiosas y persecuciones políticas, como correspondían al tiempo crítico que le tocó vivir (guerras de religión, estados absolutos).

Así que su plan no va a ser el de erigir un Estado de nueva planta (como pretendía hacer Platón para acabar con estados de cosas injustos como los que habían acabado con la condena a muerte de su maestro y amigo Sócrates). No. Ni siquiera pretende Descartes reformar la manera de enseñar las ciencias (cambiar los planes de estudios de las carreras universitarias, podríamos pensar nosotros).

Su plan sostiene él que es mucho más modesto. Se trata de reformar nada más, sostiene él, que el edificio o sistema de sus propias creencias, con la finalidad de quedarse, al final de la revisión, de esas creencias, con aquellas creencias que son racionales, es decir, con aquellas que han pasado el “juicio de la razón”.

Se observa que Descartes utiliza la misma metáfora de la arquitectura, de la edificación, de las construcciones, etc. para referirse a tareas tan diferentes como la reforma de la política, de los Estados, que para referirse a la reforma de su sistema personal de conocimientos y creencias, tal y como estos últimos han ido arraigando en su mente a causa de la educación que ha ido recibiendo desde niño.

Así que no es difícil ver que los efectos de la reforma son muy diferentes en el caso de la política que en el caso de que una persona se proponga a examinar y reformar su mente. Es evidente que en el primer caso, en el de la política, el peligro de derrumbe, de revoluciones y efectos indeseados es mucho mayor, porque los factores que están en juego en las relaciones sociales y políticas son mucho más complicadas de entender y de manejar, comparado con lo que pasa con las creencias y conocimientos de una persona particular, que en principio son cosas que solamente a esa persona le afectan.

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