18 abril 2009

FILOSOFIA 2º BACH CT/HUM, SEGUIMOS CON NIETZSCHE, APARTADO 5

Prosigamos:

(En realidad este que comento, el 5, es el penúltimo párrafo de Nietzsche, no el antepenúltimo, pues el apartado o párrafo final ha desaparecido de la selección de textos propuesta. Pero en esto ni os fijéis.)

“El problema del error y de la apariencia”.

¿Qué significa esta expresión de Nietzsche al comienzo del apartado?

No debemos tener dudas al respecto. Se trata de la cuestión que importaba a Descartes y a Platón, en el campo de la teoría, del conocimiento filosófico y científico, y que cada uno pretendía solventar a su modo.

Descartes, en la filosofía moderna, fijándose en el proceder de las matemáticas, de la geometría y el álgebra, para ver si en su manera de deducir, en el riguroso modelo de explicación y conocimiento que nos proporcionan estas ciencias exactas, las matemáticas, se halla un camino o método que puedan valer al espíritu humano (razón, mente, inteligencia, etc.) en el ámbito de la filosofía en general.

Platón, en la filosofía antigua, en Grecia, el lugar de nacimiento de la filosofía, del logos o razón que quiere comprender todas las cosas, el mundo de ahí fuera, de la naturaleza, el cosmos, pero también el mundo de dentro, el de los seres humanos y sus relaciones, su conciencia moral (su corazón, podríamos decir; su “demonio” interior, dice Sócrates).

También Platón, él más que nadie, y por eso Nietzsche ataca justamente la filosofía de Platón: porque es la fundadora, la original, la que proporciona los conceptos que luego van a repetir o con los que van a jugar los demás filósofos, sean más racionalistas o se fijen más en la experiencia de los sentidos (empiristas). Esto es, que Nietzsche considera su obligación de filósofo (aunque él pretende ser un psicólogo o como un médico que diagnostica los males del alma y del cuerpo, de la vida en general, de donde los filósofos se han inventado su conceptos), considera su obligación, digo, ir a la fuente, al lugar original de los errores en las ideas de los filósofos. O sea: Platón (aunque también Sócrates, el maestro amado por Platón).

El primer error está en diferenciar (Platón) una “apariencia” (de los sentidos: el mundo visible, el mundo de la izquierda de la línea, el mundo del interior de la caverna), por un lado, y una “realidad”, por otro. Una “realidad” conocida a través de la razón, de las matemáticas primero y de la filosofía dialéctica finalmente, como se nos dice en el símil de la línea (o sea, el significado de la parte de la derecha), una “realidad” que es la que conoce finalmente el prisionero liberado de las sombras, las ignorancias y las injusticias de la caverna, que sale a la luz del mundo y finalmente ve el sol (quiero decir, el Bien).

No es poca cosa lo que el filósofo conoce al conocer el Bien y el resto de las Ideas que de él proceden y por él se explican (de la misma manera que del sol proceden las cosas naturales y a causa del mismo sol las vemos, según su símil del sol)… No es poca cosa, porque ese conocimiento exhaustivo, pormenorizado, intelectual, de la verdadera realidad, de esa trama o mundo inteligible que conforman las Ideas, es de la mayor utilidad: permite al filósofo que se ha ido formado, educando, instruyendo en ese saber, trasladar a la ciudad, a la política, a la sociedad de los seres humanos, todo ese conocimiento del Bien y de los justo que ha ganado teóricamente. De manera que en la práctica ese bien y justicia se convierten en virtudes concretas de todos y cada uno de los componentes del estado ideal platónico, de su utopía soñada: trabajadores moderados, que no se dejan llevar por sus deseos sensuales, militares valerosos, guardando el orden de la ciudad prescrito por los sabios y prudentes gobernantes de esta ciudad ideal…

Piensa que esa misma exactitud que Platón quiere para su ciudad perfecta (da igual que nosotros, ciudadanos de democracias parlamentarias avanzados, conozcamos por experiencia histórica que las ciudades perfectas no lo son), es la que Descartes quiere para edificar de nueva planta la ciencia, y que él también ordena la sabiduría, buscando armonizar sus partes.

Las raíces de ese “árbol de la sabiduría” están en la metafísica, según Descartes. Es decir, en esa filosofía fundamental y primera que Descartes nos dispone en la parte IV de su Discurso del método: conocimiento indudable de que yo, mi ala, existo (porque pienso, porque dudo, y así veo con claridad y evidencia, sin lugar a dudas, que yo soy o existo); conocimiento, después, de que Dios existe, causa de la perfección e infinitud de su idea, que yo tengo de manera innata en mi mente, pero que yo no he podido crear, dada mi imperfección; conocimiento, finalmente, de que el mundo exterior, material, de los cuerpos y los movimientos, existe, a causa de que Dios, perfecto, infinito, bondadoso, no ha de engañarme. Etc.

Todo queda tan ordenado por Descartes que hasta se produce un “círculo vicioso”: a causa de que mi razón es capaz de obtener evidencias, verdades dotadas de claridad y distinción, es por lo que puedo llegar al conocimiento de Dios, que, a su turno, me obliga a “dar la vuelta”, a girar en mi pensamiento: porque Él es el avalista o asegurador de que mi mente sea capaz de ideas claras y distintas…

¿Y Kant qué?

Aparte del hecho que la cuestión de la exactitud filosófica y científica representa una cuestión básica para la filosofía kantiana, está el hecho de que en el texto hemos visto, que pertenece a una obra sobre filosofía moral (Fundamentación de la metafísica de las costumbres), se da esa misma tendencia a buscar realidades y cosas exactas, ahora en el terreno de la moral, de la razón no teórica, sino práctica. O sea, en el terreno del funcionamiento de la inteligencia de los seres humanos, de cara a fijar las reglas por las que se ha de regir su conciencia para alcanzar normas de convivencia ajustadas…

También en el terreno de la moral importa alcanzar un método, algún procedimiento que nos lleve a “realidades”, que nos haga salir de las “apariencias”, también en este campo…

Lo que pasa es que en este campo de la moral todos participamos, todos debemos participar ( si no, mal vamos; seríamos seres asociales, incapaces de convivir). Todos tenemos una idea más o menos clara de lo que es ir con buena voluntad en nuestros asuntos y relaciones. No nos solemos engañar al respecto, aunque queramos engañar a los demás. Pero a nuestra conciencia no la engañamos. Porque en esa misma conciencia moral está la realidad de la moral. Pues esa conciencia consiste, finalmente, en que seamos capaces de proyectar nuestras reglas de conducta (nuestras máximas, dice Kant) hacia lo general: universalizarlas como si fueran leyes de la naturaleza física, como esa de Newton que formula cómo gravitan entre sí dos cuerpos cualesquiera.

Esto es, que las leyes morales, una vez que lo son, una vez que hemos sometido nuestras máximas, o reglas de comportamiento particulares al test de universalidad (“Actúa de tal manera que pudieras convertir la máxima de tu voluntad en una ley universal de la naturaleza)”, son universales, se aplican a todos los seres humanos, racionales, se aplican por igual, son objetivas, y son necesarias, no hay excepciones.

Son “imperativos categóricos”, obligaciones incondicionales, mandatos sin excusas. Proceden esas reglas de la razón: pues la razón las ha sometido a su test de prueba; igual que el método de Descartes somete a las creencias depositadas en nuestra mente por la educación, la experiencia, las tradiciones, etc. A la prueba de la evidencia, al criterio de verdad que en su primera regla nos explica cómo debemos diferenciar entre la “apariencia” de verdad y la verdad que es “realidad”.

Que las leyes morales sean asimilables a leyes físicas, como la ley de gravitación universal de Newton, que sean asimilables a fórmulas descarnadas que sirven para cuerpos materiales, no significa que los seres humanos seamos “fórmulas”. Pues la ley moral, acaba señalando Kant en el texto de la Fundamentación… nos representamos a nosotros mismos, y nos tenemos unos a otros, como algo más y algo diferente a cosas que tiene un valor de cambio, que pueden ser cambiadas unas por otras en el mercado, que pueden ser tasadas en dinero.

No. Sostiene Kant que los seres humanos, los seres racionales, en general, nos hacemos la idea en nuestra conciencia de que somos algo más que cosas. Somos personas, seres dotados de dignidad, que la exigen para sí y que la tienen que respetar en otros, si es que la ley moral tiene algún sentido, si tenemos claro lo que significa humanidad.

En ese sentido, en el de que somos personas, dotadas de una dignidad, que es como la frontera de un país irrebasable e inviolable, está el fundamento real de las leyes morales, la carne y la sangre diríamos, de la fórmula de la universalidad, del imperativo categórico, de los deberes de conciencia y de nuestras ideas de lo que está bien y mal y cómo debemos conducirnos.

El fundamento de nuestra dignidad y valor sin precio nos lleva a formular de otra manera, sin decir algo distinto, el imperativo categórico: “Actúa del manera que uses de tu humanidad, en tu persona y en la de cualquier otro, no solamente como un medio, sino siempre y al mismo tiempo como un fin”. Esto es, que el aprovechamiento de nuestros cuerpos físicos (en el trabajo y en la sexualidad) queda justificado en la manera en que se limite: en la idea de que siempre hay un límite impuesto por la dignidad racional. Trabajo, si. Esclavitud, no.

[Sé que me he extralimitado, que me he ido de Nietzsche a muchos otros sitios, y finalmente y en especial a Kant. Pero: a) Kant entra en el próximo examen y pienso que lo que he escrito puedo ser útil y que había dicho que iba a escribir algo. Aquí está. B) no me he ido de ninguna manera de la expresión de Nietzsche que entrecomillé al principio, sobre la diferencia entre “apariencia” y “realidad”. Sino que he ido concretando como se manifiesta en diferentes filósofos. En Kant está claro que la “apariencia” pertenece a nuestras “inclinaciones” (deseos, tendencias, gustos, sentimientos, etc.) particulares, subjetivas. La ley moral, racional, objetiva, el imperativo categórico y todos esos conceptos relacionados representan la “realidad” moral. Me queda explicar por qué Nietzsche denuncia radicalmente esa diferencia que establecen los filósofos racionalistas entre “apariencia” y "realidad”. Lo dejo para después. De momento sólo digo que los filósofos han sido unos negadores del cuerpo y sus sentidos, unos rencorosos, unos vengativos y unos inmorales (con el cuerpo).]

No hay comentarios: