15 junio 2013

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, SELECTIVIDAD, PLATÓN

En un post anterior puse el apartado 2b de Platón (el mito de la caverna). Aquí va el 2c:
La Idea del Bien, lo que conoce finalmente el prisionero, y que le hace apto para convertirse en gobernante filósofo de una ciudad por fin justa, (la Idea del Bien) representa la cima del mundo inteligible, la Idea de ideas. Es la clave del mundo inteligible, la Idea de la que dependen otras como la de Justicia y Belleza. Todas las Ideas integran el mundo de la verdad para Platón, el mundo inteligible (esto es alcanzado por el uso de la inteligencia), diferente en valor del mundo de los sentidos,  visible, del mundo de la opinión, en el que están los objetos materiales del mundo físico, y también los objetos artificiales y sus sombras y reflejos. Es decir, que el mundo que ven nuestros ojos, y podemos pensar que también las palabras que escuchan nuestros oídos, no es el verdadero, el real.
El filósofo griego explica el lugar especial y fundamental de la Idea del Bien en el símil del sol, señalando que ocupa en el mundo inteligible el mismo lugar que el sol en el mundo visible. Que lo mismo que el sol es causa (principio) de la visión y el crecimiento natural, el Bien es causa de nuestro conocimiento (visión mental o intuición, podemos decir) y de la existencia de las demás ideas.
En otro de sus símiles, inmediatamente antes del mito de la caverna, en el símil de la línea, Platón concreta los pasos o grados por los que va pasando el alma desde el conocimiento sensible u opinión (doxa) de las imágenes y los objetos del mundo sensible (lo que él denomina, respectivamente, “conjetura” y “creencia”) hasta el conocimiento intelectual o saber (episteme) de los objetos del mundo inteligible, las Ideas.
En el conocimiento intelectual también hay dos fases: el “pensamiento discursivo” de los matemáticos, basado en hipótesis no suficientemente fundadas y que se sirve todavía de ejemplos sensibles; y, finalmente, la “inteligencia” de los dialécticos o filósofos, que ya no se sirven de ejemplos de la experiencia sensible en su conocimiento ni de hipótesis, sino que avanzan plenamente y se mantienen “de ideas en ideas, y a través de ideas”. (En el mito de la caverna Platón va a refundir y darle forma narrativa, alegórica o metafórica a los dos símiles anteriores.)
 Platón deja claro que las Ideas no son una creación o invención de la mente. Al contrario, podemos ver como en su mito acerca de la creación del mundo, el Demiurgo (=artesano) creador (hacedor, más bien) debe fijarse en el orden y sistema de las Ideas para plasmarlas en la materia. Esa obra artística o artesanal del Demiurgo es el mundo visible, perceptible por los sentidos, que nosotros conocemos. Eso significa que de alguna manera se encuentran huellas o trazas de las Ideas en el mundo sensible, y que el alma es capaz de descubrir esas trazas.
Descubrirlas, no inventarlas. Y si el alma racional (la mejor parte del alma) es capaz de descubrir las Ideas plasmadas en las cosas que los ojos ven, será que de alguna manera ha estado en contacto con ellas, antes de caer y encarnarse en el cuerpo (mito del Fedro). O sea, que el alma preexiste a esta vida mortal, y cuando es capaz de localizar la Idea de belleza en un paisaje, en una obra de arte o en un cuerpo, es que el alma recuerda las Ideas (teoría de la reminiscencia) con las que antes estuvo en contacto, antes de “caer” al mundo y al cuerpo.
Si Platón se sirve de mitos y símiles para explicar lo que él quiere decir acerca de las Ideas, como se ve en su obra República, es porque no encuentra fácil acceder a la exposición clara del tema. Por eso tampoco encuentra otra manera de relacionar el mundo de las Ideas, objetos permanentes, inmateriales, esenciales, explicativos de las cosas de este mundo visible, por una parte, y el mundo sensible, por otra, (tampoco encuentra otra manera) que no sea la de servirse de términos bastante vagos y metafóricos: las cosas materiales “participan”, “imitan” o “copian” las Ideas. Precisamente por esta razón surgirán críticas, su discípulo Aristóteles, acerca de la doctrina de las Ideas, aunque el mismo Platón va siendo consciente de las dificultades y problemas de su teoría de las Ideas en su obra de madurez y vejez.
La obra en que Platón nos expone su doctrina de la Idea del Bien, República, ha recibido tradicionalmente el subtítulo de Acerca de la Justicia. Esto es, que se trata de una obra de filosofía política en que Platón intenta concretar sus intenciones de una constitución estatal justa (aquí deberíamos recodar el contexto personal y público) de la obra platónica, de una polis armónica, en paz, y que no vuelva a cometer otra vez el crimen contra Sócrates, el mejor de los ciudadanos. Lo mismo que hay que convertir la mirada del alma hacia la visión de las Ideas, el “mundo de arriba”, aunque sea difícil y cueste (mito de la caverna), debe convertirse la mirada política del gobernante, alcanzando el milagro de que los filósofos o sabios sean los dirigentes del Estado.
Platón considera que hay una correspondencia entre la psicología individual, entre las partes del alma (racional, animosa, deseante) y las partes del Estado. Considera que lo mismo que en el individuo es la parte mejor, el alma racional inmortal, la que debe gobernar a la pasión noble (el ánimo) y a la menos noble (el deseo), en el Estado deben gobernar aquellos que estén mejor dotados en la parte racional. No se trata de una capacidad simplemente innata, sino que hay que cultivarla a lo largo de un severo proceso de instrucción para seleccionar a los mejores. Por eso República es también una obra pedagógica, y se puede estimar que sus símiles (la línea, la caverna) son ejemplos plásticos de su intención de convertir la mirada del alma racional a lo mejor y más bello.
En síntesis, en el Estado justo vamos a encontrar una ordenación de tres estamentos, con sus respectivas virtudes, que corresponden a las partes del alma. En primer lugar, los filósofos gobernantes, cuya virtud o excelencia consiste en la sabiduría o prudencia del alma racional. En segundo, los guardianes (de entre los mejores de ellos se seleccionan a los gobernantes) del orden interior y exterior del Estado, cuya virtud consiste en el valor del ánimo. Por último, el estamento económico, los productores de todo tipo, cuya virtud, más bien negativa, consiste en la moderación de sus deseos.
Ciertamente Platón delinea una ciudad cerrada, una utopía que podemos considerar asfixiante y dictatorial. Aunque esa no sea su intención, sino que cada uno desempeñe el lugar que mejor le corresponde y le perfecciona. Para hacerle justicia a Platón, no se trata de una aristocracia de nacimiento, sino del saber. Se trata de un sistema meritocrático, podemos decir, que no impide que el hijo del campesino llegue por sus méritos intelectuales y su valor físico a la casta gobernante. Por otro lado, si nos puede parecer monstruoso que Platón deniegue la posibilidad de tener familia propia a los filósofos y los guardianes, esto es, a los estamentos gobernante y militar-policial, nos tiene que parecer revolucionariamente moderno que otorgue a la mujer los mismos derechos que al hombre.
Platón sostiene que cualquier transformación de esa aristocracia basada en el mérito del saber implica una decadencia del Estado, y va a significar que el interés público que posee el gobernante filósofo se convierte cada vez más en la defensa egoísta y ambiciosa de los intereses privados de los gobernantes. Al gobierno de los sabios suceden el gobierno de los militares y de los ricos (timocracia, oligarquía), y después el gobierno de los muchos, la democracia, que sobre el papel es el más hermoso por ser el más libre. Sin embargo, Platón recordaba amargamente cómo la democracia había dado muerte a su amado maestro Sócrates (al que pone como personaje portavoz en República), y también que del desorden de los caprichos individuales que se observan en un régimen democrático acaba surgiendo el peor de los regímenes, el más bajo de ellos, la tiranía.

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